Luz en el desierto

En nuestro reciente viaje a Mauritania, donde visitamos diferentes enclaves, la fotografía se prestó también a diferentes y variadas situaciones. Qué duda cabe que el tema social, tratándose de un país del continente africano, supone siempre uno de los alicientes de un reportero: la forma de vivir, las costumbres, sus gentes, el paisaje… Forman parte de un todo fotográfico. En una próxima entrada tendréis un extenso reportaje de imágenes y reflexiones personales desde varios prismas.

Ahora vamos a  comentar unas fotos realizadas en Arkeis, a 242 kms de Nouadhibou (la ciudad donde aterrizamos y residimos parte de la estancia), dentro del famoso Parque Nacional del Banc d’Arguin. Allí permanecimos –en el desierto– más de una semana frente al mar en una villa de haimas cerca del poblado autóctono de pescadores. Fueron días cambiantes en lo concerniente a la noche: Luna llena, calima (polvo en suspensión), nubes, etc. Pero en momentos puntuales, cada fotografía tiene su esencia. Cada día la Luna se retrasaba más en salir, dándome tregua con cielos más limpios y despejados para poder realizar tomas a constelaciones y la querida Vía Láctea que, siendo el mes de marzo, todavía no ofrecía el espectáculo de los meses estivales, donde muestra su núcleo más potente y vistoso.

Nuestra haima, frente al mar, tenía su puerta en el lado opuesto, por lo que tanto el Sol como la Luna tenían una marcada dirección: de izquierda a derecha (este a oeste). Casi en línea recta al camino frente a la tienda. Cuando ubicas constelaciones como la Osa Mayor, Casiopea, Orión, … enseguida te sitúas para buscar norte y sur.

Veamos una toma realizada posterior a nuestra protagonista, de la que hablaremos más adelante, a las 21:51h del mismo día. Hecha con la Nikon D610, y en este caso el Samyang 85mm f1.4 AE, montada en trípode con el mando disparador MET de Gloxy. Sus datos técnicos: ISO 1600, f8 con 8” de exposición, WB 3200ºK. Quería un horizonte bajo (trípode alto) con la Luna en su margen superior derecho y la línea de haimas saliendo por el inferior izquierdo. Se puede apreciar cómo baña la luz el paisaje desértico, donde se intuye la arena en suspensión y una línea montañosa en la lejanía. Son atmósferas muy bellas. Oír el mar con su suave mecer de olas y la paz reinante en una noche de Luna llena es una experiencia que seduce a cualquiera.

Una hora antes, concretamente a las 20:26h, con la Luna aún escondida (en el este), el Sol hacía relativamente poco tiempo que se había perdido por el horizonte (oeste). Contemplando en medio del desierto el manto de estrellas que ofrecía la noche, nítida y con calma chicha, a vista de ojo humano se vislumbraba “una mancha triangular” borrosa. Rápidamente caí en la cuenta de que podría ser la Luz Zodiacal, y corrí a por mi equipo. Monté el trípode bajo (sin extender ninguna sección).

Armé la Nikon D610 con el Samyang 14mm f2.8 AE y el mando intervalómetro MET Gloxy. Tocaba buscar la buena composición. La haima, situada en la misma dirección del fenómeno, era un excelente motivo que, a parte de dar una reseña de escala, otorgaba al conjunto entidad y belleza.

En el mes de marzo, la Luz Zodiacal se suele ver por el mismo sitio que se marcha el Sol, el oeste. De hecho, por esa posición, se puede ver los meses de febrero, marzo y, puntualmente, algunas veces en abril (en Fuerteventura me ha pasado). Son observaciones al anochecer. Pero en los meses de septiembre, octubre y noviembre la Luz Zodiacal se puede ver al contrario, por el este: previo al amanecer. Ocasionalmente en la isla, también por noviembre, he visto tenues Luz Zodiacal al atardecer.

Pero, ¿qué es la Luz Zodiacal? Pues según señalan los expertos, se trata de los restos que perduran de la formación de nuestro Sistema Solar. Son partículas en suspensión orbitando con los planetas, proyectando la dispersión de la luz solar. Se dice que en una noche sin Luna puede emitir más de un 60% de la luz natural. Entre los 30-­45’ después de ocultarse el Sol,el fenómeno hace su aparición. O viceversa al amanecer.

Su figura es inequívoca: una mancha blanquecina en forma de triángulo. A mí me parece como la llama de una vela. Es la vela que ilumina nuestro firmamento. En su parte superior, hacia la punta imaginaria del triángulo, puede disfrutarse el conjunto de estrellas conocido como “Pléyades”(palomas en griego). Por estas fechas son apreciables también la constelación de Orión, o planetas como Júpiter, así como la galaxia de Andrómeda.

La haima, iluminada en su interior con una rudimentaria bombilla de toda la vida, conectada a una batería de coche (olvídense de electricidad común en el desierto; y de paso de un baño tradicional), destacaba en la profunda oscuridad. Era un farolillo encendido, cuya luz no se proyectaba al cielo contaminando la escena, gracias a su techo. Eso hizo más fácil componer y tener referencias. El haz de luz saliendo por la puerta era otro detalle que me gustaba: la sensación de hogar. Una bombilla era el “Light Painting y Strobist” al mismo   tiempo. ¡Y barato! Coloqué los siguientes parámetros: ISO 3200, F2.8 con 30” de exposición, WB 3300ºK e hiperfocal. Tras chequear en cámara el RAW y su histograma, supe que un buen revelado le daría el empuje final a una foto que funcionaba.

Es una lástima que por las tormentas de arena, la calima y brumas densas Mauritania no sea un sitio privilegiado para la observación astronómica. Porque, en los días que lo permite, que también son bastantes, el espectáculo que ofrece su bóveda celeste es colosal. Realmente se aprecian miles de estrellas sin cámara, donde se agradece la nula contaminación lumínica. Si tiene la oportunidad de ir, al margen de su cámara, lleve una buena esterilla. Túmbese y quédese dormido bajo semejante espectáculo.

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